jueves, 26 de enero de 2012

COLABORADOR 1: POESÍA


Algo así como los dinosaurios

Te abrazo en el asiento de atrás del micro
y yo sólo tengo ganas de besarte en Cuba
(en una plaza en Cuba)
y una pileta
y una banca vacía
y otra banca con un viejo
almorzando el «ars amandi» por enésima vez.
Me miras mientras
juego con el boleto del micro
y lo doblo
y lo guardo entre mis dedos
y me río
porque las ventanas están cerradas
y yo me muero por una guaraná
(¿por qué las ventanas están cerradas
y yo me muero por una guaraná?)
Ah… así tantas veces
a tu lado
                                   y soñando
el sol parece una linterna con la pila baja
y los pájaros deletrean avenidas:
u-n-i-v-e-r-s-i-t-a-r-i-a
                                   w-i-l-s-o-n
                                                           a-r-e-q-u-i-p-a
                                                                                              g-r-a-u.
La tarde empieza a caer sobre tus hombros
y tú y yo somos algo así como los dinosaurios
esos
            los que jamás se extinguieron.


Kevin Castro

miércoles, 25 de enero de 2012

RELATO

Hey Susan


Hey Joe, where you goin' with that gun of your hand?

I'm goin' down to shoot my old lady. You know i caught her messin' 'round with another man.
Hey Joe / Jimi Hendrix

Al colgar el auricular del teléfono público lo supo. Mataría a ese cabrón. No sería difícil, lo venía pensando desde hace mucho tiempo, muchísimo tal vez. Lo tenía todo pensado. El tiiiiii del teléfono le confesó, con rapidez, precisión y exactitud, que debía matarlo. Qué hará este imbécil que no me contesta, por qué se esconde en ese silencio cómplice de celular que timbra y timbra hasta casi reventarlo. A estas horas estaría en el mercado trabajando, descargando las verduras del camión al puesto. Podría contestar el teléfono, tranquilamente podría hacerlo; no quiere hacerlo, me ignora. O esconde algo. Mataré a ese cabrón.

Debería, por el contrario, no hacerlo. Debería evitar ese facilismo de la ventilación gratuita de mis emociones, de la transparencia fácil. Anoche me visitó X y estuve tentado muchas veces, casi por el discurrir natural de nuestros diálogos, a saltar esa valla y largarme a contar esas contradicciones que me afectan; sin embargo, no lo hice. Sí, le comenté brevemente lo mal que me sentí la noche pasada después del chifa, lo relacioné con la ansiedad en un principio, pero en realidad es una constante y galopante depresión. Esto es un asco. Tal vez si poco a poco aprendiera a dosificar esas energías neuróticas y depresivas, hacerlas más inteligentes, filtrarlas mejor; tal vez ayude. Tengo que aprender a eyacular toda esta insatisfacción, toda esta mierda de vida que flota como mojones sobre el mar que es un cielo gris. Mis mojones son estrellitas del firmamento en una noche oscura.

El marido de Susan llega siempre hacia las dos de tarde, después de su trabajo en el mercado, a almorzar y descansar toda la tarde. En la noche sale con los amigos al bar de siempre. Al bar maloliente de siempre. Susan prepara la sopa con premura, casi dan las dos. La sopa de pollo y verduras con suficiente matarratas como para matar a todos los roedores del mercado. Bien disimulado, claro está, con abundante orégano y fideos cabellos de ángel. Susan mezcla el matarratas y el caldo con precisión, mira el reloj alternadamente, y piensa calmadamente que por qué no contesta el celular, por qué, por qué, es tan sencillo contestar el celular, siempre lo lleva bajo la correa, no cuesta nada, es fácil, por qué, por qué.

La agitación mental puede ser literatura, el problema es que me falta talento, disciplina e inteligencia. Oh, dios, ¿qué tengo en consecuencia? Algo de intuición, mucha superstición y estoy lleno de semen imaginativo. Agitar mis neuronas y eyacular todo. Ser feliz. Me falta alguna suerte de orden literario, un conjunto de razones para ordenar esa avalancha de ideas que tengo. ¿Hacer literatura del caos? Es tentador, provocar neurosis más fuertes. A la mierda todo, que vengas las cien mil putas a devorarse todo.

El marido de Susan cae al suelo y convulsiona. Ella lo mira sin miedo, ni rencor, lo mira con distancia, una mirada científica sería exagerado decir, porque ella tiene los ojos tristes y el cabello muy sucio y alborotado. El marido trata de gritar y no puede, sus músculos flaquean, sus nervios se entorpecen, tiene la mirada de espanto. Sabe que va a morir. Quiere tomarla de la pierna a Susan, ella se levanta y se va. Cierra la puerta desde afuera con candado.

A veces no quisiera conocer a nadie, a veces no quisiera saber de nadie, a veces quisiera que nada exista, a veces quisiera no existir, a veces la vida que pasa frente a mis ojos se me escapa como agua entre mis manos y al instante, me pregunto, ¿por qué tendrías que aprehenderlo todo? Pregunta absurda y respuesta, si la hubiere, doblemente absurda. ¿Qué pretendes entonces?

Susan está en el bar ahora, en el bar maloliente, en el que su marido pasa tantas noches con sus amigos. Puede reconocerlos a todos ahí: está tal y tal, él y aquel. Los mira con atención, es su tercera cerveza, la bebe despacio y siente que se ha perdido de algo, que ese amargo sabor no es tan amargo y esa espuma no es tan babosa. Mira los gestos de los amigos de su marido, les mira las manos, esos bigotitos mal afeitados, esas uñas llenas de mugre, algunas piernas vigorosas, la entrepierna y los ojos. Los oye decir las mismas estupideces de los borrachos de siempre, las mismas groserías de siempre. Bebe su cuarta cerveza.

Nadie puede rescatarme porque tendría que reconocer, primero, al salvavidas, y no lo reconozco, no lo puedo objetivizar. No puedo reconocer nada ontológicamente. Ya sé que no hay salvavidas ontológico. ¿El arte? ¿La artificialeza? Ubicuidad, señores, ubicuidad. Un hoyo negro metafísico, una barca de aire en mares de arena, una luz oscura de tanto brillar, un frío que quema, una chispa de oro fulgurante pero pálida. ¿Poesía? Amor, amar, luchar, perder, siempre perder, luz final, amor, muerte.

Susan se siente etérea, inmaculada como esas fotos donde aparece la Virgen María, después de su tercera línea de coca y no sé cuántas cervezas que toma con Lucho ahora. Tiene bonita la sonrisa, piensa. También la camisa. Él habla del trabajo, en su calidad del líder sindical de trabajadores del Mercado Mayorista Número 1, de los derechos que se tienen que respetar y que la municipalidad quiere arrebatárselos en un acto de discriminación social, habla de la organización, de los precios del pescado y otras cosas que Susan ya no oye, porque las vírgenes marías no tienen oídos, ni ánimos para escuchar discursos de Luchas de Clase. Lucho le toca la pierna izquierda. Mejor así. Se deja tocar y manosear, Lucho es rápido y hábil. Se deja besar, Lucho tiene el aliento de líder sindical y besa mordiendo el labio inferior. Susan se siente bien con otra raya de coca, los millones de cerveza, la mano mañosa y los besos de Lucho. Susan se siente feliz.

Lo mismo pienso de la literatura: Salvación. ¿Estoy ahogado? Sí, de muchas maneras estoy ahogado. ¿Necesito un psicólogo? No. ¿Alguien puede ayudarme? Ni la chica que amo, ni la literatura, ni el extraterrestre verde. Sin embargo, me cuesta escribir esto, creo que señalan un camino, trazan una ruta paralela, o de apoyo. Es una manera de aguantar. Aquí hay varias cosas, varias. Primero: tú te crees Dios. Segundo: tú no eres Dios. Tercero: Eres una contradicción. Otra vez: Primero: tú te crees Dios. Segundo: tienes un problema de tipo sociópata. Tercero: eres frágil. Vamos otra vez: Primero tú te sigues creyendo Dios. Segundo: tu condición de sabedor de alguna miserable verdad te sepulta en la mayor de las soledades. Tercero: no tienes el rigor intelectual para entender esto, aunque sospechas que el entendimiento tampoco te llevará a un proceso, digamos, tranquilizador, consecuente, bueno. Eres incapaz de inventarte una ética de salvación. Finalmente: buscas pero niegas la búsqueda y te entrampas. Todo te hace buscar la soledad pero ansías el calor de la comunión, tienes aspiraciones intelectuales pero lo intelectual te apesta por sonar muy snob, la profundidad es grande y te asusta, no tienes talento y no serías Pizarnik, y tus clonazepán te producen gastritis cada vez más duras, te golpeas contra el cemento todos los días y eres un cínico de mierda. Sospechas que el cinismo también es una forma de comunicación, y piensas que es la única manera que has encontrado de sobrevivir.

Susan bebe ahora con Pedro algo parecido al ron pero que sabe a maracuyá. Es el líquido del amor, le dice Pedro pícaro. Pedro también trabaja en el mercado, es guachimán de los puestos de pollo y carnes. Su cuarto tiene paredes celestes y decorado con fotos de chicas de enormes potos. Él le cuenta que toda su vida ha vivido en el mercado, que su padre lo engendró entre sacos de papa y que su madre vendía anticuchos en la puerta 3 del mercado. No sabe nada de ellos, de su padre nunca supo nada. Susan piensa que el amor tiene otras formas y que ella no tiene hijos porque son siempre incómodos. La cama cruje con cada movimiento, Susan se ha levantado la falda gris y tiene una teta fuera del sostén. Susan no siente placer y sólo un poco de mareos y ese olor a maracuyá. El olor del líquido del amor, piensa. Pedro no tarda mucho y gime como un loco. Mucho escándalo. El sonido del amor, piensa Susan.

Hay días que pienso que lo que me rodea es insuficiente para sentirme bien, que hay una carencia natural en las cosas, una incapacidad ver lo que podría ser sencillamente bonito. Pero, ¿qué es lo que está mal? ¿El que ve o lo que se ve? ¿Qué, sujeto u objeto? La vida siempre es la misma, las manías, los cerros, los gemidos, ¿el aire… entonces? Por qué ubicarse en un estado de casi calefacción, de otredad innecesaria, de lamentos vacíos y huecos. Nada. Literatura.

Susan camina hacia su casa, lleva las llaves en el bolsillo y un aliento de los mil demonios. Es de noche y piensa que el cielo nunca estuvo tan negro como hoy y que la luna es un ojo gigante que la observa y guía su ruta. Susan camina despacio, sin prisa, le duele un poco la cabeza y le pica la nariz. También se siente un poco sucia. Su casa no queda lejos, toma la ruta larga, algo que no se explica hace demorar sus pasos. No puede evitar pensar ahora en su marido.

¿Cómo inoportunar la única oportunidad que tienes de ser tú mismo? Y, por lo tanto, producto de ese intento, de ese brillo de oportunidad, ser feliz. ¿Dónde queda ese estado en el que ciertas emociones se juntan, en un abrir y cerrar de ojos, y es todo maravilloso? ¿En un viaje fortuito e improvisado a una ciudad perdida entre cerros, con personas maravillosas y un pueblo silente? Tal vez no se necesite demasiados brillos intelectuales para llegar a ese lugar que, quién sabe, está a la vuelta de la esquina. Justo detrás de donde crees que comienza el problema, la solución asoma dando chispazos de inobjetable verdad pura. Como estarse semi ebrio en una piscina entre dos cerros verdes, leyendo desganadamente un libro de poesía inglesa, viendo interactuar a personas, que podría ser una o un millón, asumiendo la realidad con otros ojos.

Sin esfuerzo Susan abre el candado y encuentra todas las cosas rotas y tiradas en el suelo. Es un caos. Busca a su marido con la mirada, sus ojos nunca fueron tan tristes, están además, vidriosos. Creo que estoy mareada, piensa. El marido está en una posición agonizante e inhumana sobre un mar de vómito. Toda la cama está inundada de vómito. Vómito rojo, azul y amarillo. Vómito enorme. El marido se mueve un poquito, débilmente, como pidiendo permiso para moverse, como si fuera un atentado mover un músculo. Susan, recobra compostura y dignidad, se sujeta el cabello y coge unos medias grandes para ahorcarlo. Sentada sobre su pecho, enrolla el cuello de su casi difunto marido con unas medias celestes y lo ahorca con fuerza. El marido parece recobrar fuerza y trata de zafarse; no puede, está muy débil. Susan se esfuerza por hacerlo bien pero las medias no lo ayudan, se rompen. Sale de la habitación, que tiene muy mal olor; en realidad, nunca tuvo buena ventilación. En el patio, sin mucho esfuerzo, encuentra unos cables de luz y vuelve a la habitación; está vez será definitivo, piensa, y recuerda a Pedro diciéndole el líquido del amor. El amor.

Vayamos a lo concreto: La Otredad. Lugar: Sitio hipersensible donde habita lo voraz inmediato y eterno. Fecha: Siempre. Personajes: Dos fulanos conversando sobre cómo beberse la luz como a una cerveza espumante, citándose a sí mismos en libros escritos por ellos mismos con un ego desdeñoso. Camino a seguir: Úsese su cerebro, lento lentísimo y acérquese a un árbol con los brazos abiertos y beba de la savia del espanto.

Los cables de luz le cortan las manos del esfuerzo, por cada apretón más fuerte más parece crecer la fuerza resucitadora de su marido. Se aleja, va a la cocina. Piensa. Recuerda los cuchillos de su madre, degolladora de cerdos en el camal, y casi sonríe, sin dejar de tener esos ojos tristísimos. Ajá. Apuñala a su marido con facilidad, los cuchillos no han perdido su filo, el truco es conservarlos en papel periódico. Lo apuñala en la panza, del lado del hígado, en las piernas y esto produce un sangrado abundante, también en el pecho y esto es un poco difícil. Mientras apuñala con facilidad, sin rabia y casi con desgano a su marido, Susan piensa que está penetrando a su marido con un pene filudo y hermoso, un pene brillante, un pene que hace nuevos orificios, nuevas vaginas, el pene iniciador.

Inventar e inventar. Siempre inventar. Inventarlo todo, la vida, el inicio, el final, el fin de semana predecible, inventar con mucho amor y con el Gran Desgano. Inventarse a uno mismo como una mosca alada robándose la miel de las abejas. Haciéndole el amor al aire como un respiro y gemido, como un exhalo, uno, dos, tres, continuar. Inventar a los libros en cada comentario, reinventar los comentarios por cada libro leído. Beber la sangre de las víboras, intoxicarse de todas las sustancias malqueridas. Morirse nunca en unos brazos y siempre en el amor.


El marido está completamente tieso y la sangre se ha confundido con el vómito multicolor. Corre las frazadas, hace un espacio, Susan se acomoda en la cama, cierra sus tristes ojos pensado que tiene que ir temprano al mercado y que su marido tiene un bonito nombre: Miguel.

martes, 24 de enero de 2012

POESÍA: DIFÍCIL

difícil.1

Qué difícil es seguir así, sin que ningún coro de ángeles me toque la espalda o que alguien me prepare el café  Qué difícil es amanecer frío con la muerte que duerme en tu almohada y    qué difícil en vaticinar este olvido masivo  este tránsito hueco túnel vacío   cojo y tuerto    sabiendo que miles y miles de humanos como el estadio monumental lleno claman y claman  amor amor justicia justicia    cómo olvidar este olvido  este bolero sin nombre y este llanto entrecortado   Qué difícil que todos clamen amor amor justicia justicia    y a viva voz como llamando a Dios  a un dios gigante como la plaza Italia el día que nos conocimos y tomados de la mano de esa unión más grande que la catedral unimos nuestra voz a esa otras voces que claman   amor amor justicia justicia  sin que nadie mueva nada y todo siga igual igual   ¿acción?  Miro los faros de mi cama y pienso que qué difícil es todo esto  este lamento se agota  estas palabras son reclamas desesperadas de sueños muertos de tiempo entre oreja y oreja    y que difícil es recorrer tu vientre con mucho frío y mucho agosto  mucho mes  mucho años mucha piel y violines   Tus ojos esas inmensas mañanas que miro desde otro espacio   Qué difícil es caminar sin querer hacerlo  qué difícil es tomar el sol con dos brazos y lamer el llanto de los perros y perras que tienen también mucha hambre de amor y justicia    y sus aladridos solo son sábanas para tapar este frío y esta pena que toca mis rodillas.

difícil.2

Nunca podré decir todo lo que quiero   el poema se me muere cuando inicia    y muchos claman a viva voz que el amor amor justicia justicia    pero mi poema se muere todos los días  que me dé aliento  ya no cuanto amor o justicia    un aliento un soplo que nace detrás de la piedra y de los desiertos    El poema se me muere como mi carne como mis ojos vacíos y esas manchas en la pared que crecen por las tardes cuando mi madre canta canciones solitarias y lamentos de un tiempo que me suena a gelatinas  a vapor  a tarde planchando la ropa de mi padre    Yo también soy otro y aunque no digo lo que quiero y el poema se me muere cuando inicia como todo en cuanto lo menciono   espero que llegue el día que alguien me toque las rodillas o mi pene o mi vagina o mi cuello y trepe detrás de mis ojos pronunciando su nombre lentamente y algo parecido al amor o a la muerte  grite feroz que sigo vivo.

difícil.3

Cuando esa chica que miro a los ojos se trepa de mi cuello y me sujeta entre sus piernas
una voz que no es mi voz nos dice que guarde mis uñas y un poco de pelo para cavar mi propia tumba
entonces me entierro entre su piel
y descubro que la soledad no es solamente mía ni el rugir de sus muslos ni mi aferrarse a sus ojos
nada nos pertenece
ni los días ni las noches ni esa luna que nos mira con dulzura
ni nuestros ojos ni nuestas piel ni nuestras manías
nada nos pertenece
entonces
cavo mi tumba y tu presencia es como un cuervo maldito apuntándome con su pico
por la espalda
cavo mi tumba con la soledad que arrastro entre mis suelas entre mi axilas y mi pecho desnudo
cavo mi tumba con la soledad que es mi sombra mis dedos señalando un grito
finalmente solo
cavo mi tumba en la soledad de estas paredes y entierro mi piel en tu piel mi mugre en la tuya
y cavo mi tumba y guardo conmigo
algunas piedras que nos lanzábamos
jugando siempre con el amor y de espaldas a justicia.


Jorge Castillo

jueves, 12 de enero de 2012

ABIERTO AL PÚBLICO

La noche se traga todas las tormentas, todos los dolores, todas las batallas…La noche nos acecha con osada maña; ávida, temeraria; desenrolla su lengua filuda, lengua anura tanteando la muesca rosada, lengua reptil atizando nuestros más íntimos rescoldos. Es la noche que prueba en las cuerdas flojas, la noche que nos afina,  que invade las calles, que invade las veredas, los muros, las esquinas, los bares, las ventanas; que vacía el deseo en el centro raquídeo deshaciéndonos. Es la noche que explota, que se enciende de sueños, de queja, de besos, de antojo, de llantos, de silencio; de placer. Es la noche que nos llama estentórea, soprano, viril; andrógina, hacia la búsqueda de un número masónico. Número que aparece tímidamente al lado de una puertita descolorida en una calle del centro de la ciudad. Aquí no hay destino cifrado, se trata de un número cualquiera en una calle cualquiera a la derecha de una puerta de casona antigua, mutada en tienda comercial en el primer piso, y transfigurada más allá de la estrecha escalera que zigzagea hacia el tercer piso, que nos encuentra atestados en los escalones, en el rellano, en las cornisas de las ventanas, en un pequeño salón donde un muchacho con nerviosismo culpable revisa tu nombre en la lista de reservaciones. Es desagradable el nerviosismo de este muchacho, innoble con los  pantalones de negro cuero, ajustados con una cadena, y con el acorazado pecho de tachuelas plateadas, innoble con su pinta de tipo duro. Pero que importa el dedo delicado del anfitrión que cuenta las monedas para darte vuelto y que además, te da, didáctico, un plano de los servicios ofrecidos por cada ficha que compras; que importa que el invierno se haya diluido en este cubículo de colmena, que se hayan delatado caras pálidas en este verano artificial; que se cuelen sonrisas insinuantes, llamadas ansiosas, niñas de negro elegante con balerinas delicadas, botas taco aguja y perlas falsas, chicos de cultura porno, o de gran ignorancia en el asunto. Cada uno espera su turno al llamado, mientras atisban con mirada ansiosa el anuncio de bienvenida de coloridas lucecitas que titilan sobre los caracteres: OpEn.

Muñequitalinda nos recibe perfectamente dispuesta desde su alto estrado; y aunque una muchacha en bata de seda se esfuerce en guiarnos con una grandilocuencia de director de circo, es ella quien ya nos ha atrapado con sus largas piernas, su minivestido de niña grande, sus ondulados cabellos electrizados; mueve las manos de su frágil figura, invitándonos. Cualquiera puede manejar sus controles; cualquiera puede encender las lucecitas de su cuerpo y tantear su sensibilidad: encender guirnaldas entre sus dedos,  fulgores en su pecho, rielar su vientre, iridizar su pelvis. Muñequitalinda sonríe perfecta, blanca, delicada, accesible, sencilla. El guapo barman me entrega la lata de cerveza, quisiera también tener sus controles. Dos siluetas negras sentadas en un sofá cruzan las piernas, una acaricia un látigo entre sus manos y la otra acaricia melosamente sus curvas.

De pronto, el grupo desemboca en un cuarto precedido por una enfermera de dulce sonrisa que lleva una enorme jeringa sin aguja, con una sustancia blanca en su interior. Al fondo del salón, una mujer de pelo corto señala con una varita encendida las partes de una vulva gigante. Desprende una almohadita de seda rosa que saca levantando un capuchón de la parte superior de la vulva, la pasa por el público, pide a los hombres, a las mujeres, que la toquen, que la acaricien, que la besen, que la mimen, es su amiga el clítoris, dice, todos ríen, ríen; y ríen, luego, a los falos de plástico, a las vaginas de chocolate; ojeando un libro con fotos de vaginas sonrientes, renegonas, tímidas, descaradas, felices. El interés se repliega hacía la sala central donde la chica de la bata de seda presenta a dos mujeres de escotes desafiantes, son trabajadoras sexuales, dice con más sobriedad. Ellas empiezan a hablar, su voz es susurrante, tal vez tímida, aunque en el tono se revela una extraña mezcla de contrición y orgullo, que a los niñitos de universidad sabrá a antropología, a filosofía, a humanismo, a catarsis, a pura teoría, pura. Por una ficha pueden recibir su consejo o un masaje, informa el muchacho melindroso, el de las finanzas. Nos sentamos frente a una de ellas, si tenemos que ponerle un nombre la llamaremos Marta, Olga o María, es una puta, así quiere que le digan porque toda mujer tiene algo de puta, proclama, y nos habla de cómo besar las pelotas a nuestro hombre, de como volverlo loco hasta el final, de cómo primero tenemos que ver qué tipo de hombre es nuestro hombre - y esa pregunta nos vuelve a saber a antropología, a filosofía, a humanismo, a catarsis, a pura teoría, pura-.Si es un hijito de mamá muéstrale las tetas, dice, les encanta. Nos cuenta del beso negro y de más secretos, solo-por-el-valor-de-una-ficha. El tiempo se acabó- nos sonríe y nos despedimos con ganas de saber más de su vida que de sus secretos, con ganas de abrazarla y darle un beso y desearle pura, purita felicidad. Por el pasadizo que conduce al baño, la enfermera de sonrisa dulce da pencazos a un gorilón que padece con placer cada golpe. Nos invita a golpearlo, a flagelarlo, a abusar de él; la gente se intimida. Se trata de golpear a un gigante, de dar placer a un coloso, resulta difícil aceptar la impotencia.

En un cuartucho contiguo, Muñequitalinda esparce sus efluvios. Alguien activa la prístina mecánica de su existencia, un circuito arterial de iridiscencia, de lucecitas celestes, de consteladas exaltaciones. Me entregan sus controles, entonces ella estira sus largos dedos, estira sus brazos hacia mí. Trato de comprender la dinámica de su sistema vital determinado por cuatro botones, suficientes para existir, pruebo: se enciende su pecho, se alumbran las piernas, cimbrea la pelvis, …su excitación es inagotable, su vitalidad no tiene límite; me canso, se apacigua. Nadie quiere ocupar mi lugar. Muñequitalinda abiertas me mira melancólica desde el suelo con las piernas. Un muchacho ha entrado en la pieza, viste de terno, se saca delicadamente el saco, lo cuelga en el perchero; ella lo mira con atención, lo mira sacarse la corbata -se enciende su pecho-, lo mira desabotonar la camisa -afloja los dedos-, lo mira sacársela -estira una mano-. Muñequitalinda se inclina, hace el esfuerzo por estirarse y alcanza a rozar el cierre del pantalón del muchacho que la mira y me mira. Ella roza, acaricia apenas, él la mira, la desea. Muñequitalinda enciende su pecho, sus manos, su vientre, sus piernas, perturba su pelvis, él la levanta, le saca el vestido de blondas y encajes, delicadamente, la toma de la cintura, la hace girar, danza con ella.

Llora un bolero en la radio, aúlla como un lobo enamorado a la luna que se asoma por la alta ventana que llega hasta un cielo raso. Muñequitalinda titila, centella en su pecho, en sus dedos, en su pelvis, en su vientre. Su morosa incandescencia se ha esparcido por todo su cuerpo, ha encarnecido la pálida materia, y danza, danza ensoñadora, acariciadora, pletórica, llevada por el muchacho que la toma de la cintura, que aprieta su pecho al de ella, que la hace girar, que la acomoda en el sillón; que saca un frasco y vacía un poco del contenido, que se frota las manos, que le unta en el cuello, en las piernas, en la aureola infantil de los senos, en la ausencia del sexo, que la huele con fruición y la desnuda por completo. La viste de un baby-doll, la levanta y baila con ella el bolero que aúlla a la luna el amor imposible.

El muchacho saca al público del cuartucho y cierra la cortina. La gente defraudada, se dispersa, se va a su rincón favorito; otros, al baño. Le pido el vuelto al barman y dejamos atrás a Muñequitalinda y a su amante. Suena el olifante, la noche nos llama, nos invita, nos traga. Somos criaturas galvanizadas, perdidas en el misterio de sus entrañas.


Shirley Castañeda
Editora de la revista Mutantres

miércoles, 11 de enero de 2012

INTRODUCCIÓN

Hay que devolverle a la literatura su capacidad de sorpresa, juego, experimentación, búsqueda y también, por qué no decirlo, desencuentro, fracaso, pérdida.Sin temores: la literatura es goce, evasión lisérgica. Nuestros héroes literarios siempre tuvieron claro esto. No los mencionamos por evitar caer en los lugares comunes: todos saben a quiénes nos referimos. La literatura debe, tiene, que ser un culo inquieto. Nosotros meneamos el culo constantemente, con ritmo, frenesí y ternura. No conseguimos hacer literatura de la buena, seguimos intentándolo; moriremos así. Publicaciones como esta hay cientos, en esta facultad como en otra, en esta universidad como en otra, y en cualquier ciudad del mundo. Esta es una más. No pretende ser exclusiva, ni elitista, no pertenece a ningún grupo, no tiene fijaciones ni es concéntrica, no tiene género, y no tiene manifesto: quiere revolucionar la literatura pero le falta una ética, quiere renovar el lenguaje pero le falta talento. Tampoco le lame el poto a cualquiera; sólo a algunos. Es abreviada por falta de presupuesto. Es corta pero ancha. Es evocativa pero no romántica. No es democrática; es un revista puerca: autoritaria y egocéntrica. Es libre para publicar cualquier texto mamarrachudo, siempre que encuentre libertad y amor. Es una revista pajera, polífona, híbrida, mutante, cacósmica. Adjetivar es fácil. Como es obvio: nos publicamos a nosotros mismos y a nuestros amigos. Aquí el primer número.

lunes, 9 de enero de 2012

CANALLADA POÉTICA!


Hace varias noches, bajo cielo limeño, poetas mexicanos y peruanos, improvisaron un recital poético; al calor del pisco y con ventilador regueante, la poesía no se hizo esperar.

WELCOME 01000101100110001110001111

Mutantres ha casi agotado la distribución de la revista. Hemos entregado, hasta donde hemos podido, a todos. Muchos nos han ignorado, evitado, algunos cacasenos se han hecho los locos, otros los han utilizado para envolver pescado o las cuatro neuronas que llevan como cerebro. Está bien. No pasa nada. Es usual. La distribución física ha terminado. Ahora en adelante, publicaremos los artículos aquí, en el blog de Mutantres, para los que no pudieron leer en papel. Pronto lanzaremos la convocatoria para el siguiente número; esté atento.

lunes, 2 de enero de 2012

CACASENOS DEL CELIT 2


Te llenas la boca de fresas y fruta fresca
y envidio esa postura que te acerca al olimpo
gritas arengas y tu cuerpo compite con el sol por ese brillo cegador
los niños de la facultad vociferan estruendosas vivas y todos te aplauden
te miro desde lejos
porque sé que bajo tu vientre hay víboras e insectos rastreros
rata de dos patas, decía la ranchera
eres bícefalo y tu lengua dispara en toda dirección
besas creyendo tener labios finos y hermosos
pero ya
te lo digo de una buena vez: tu culo ya no me seduce.

Algunos creerán que esto es el lamento egocéntrico
el posero buscapleitos
algo de eso es cierto; pero no tan cierto como este grito
que grita su verdad desde las entrañas
esa verdad que, seamos sinceros, no tiene nombre de ninguna facultad
ni de ninguna universidad ni de cualquier ciudad
toma distancias lejanas y países de todo el continente
los felipillos y bocadejarros de todas las épocas
ya sabemos que el perú se muere por él mismo
¿que por qué nos boicoteamos a nosotros mismos?
cacasenos del celit y de todas las formas:
---somos hijos de nuestro tiempo, no jodan pues Mutantres
y tienen razón, razón cacófona, salivas pegadas en las aceras de mi país
son sedimentos de nuestra cultura
los amiguismos, el floreo, los amarres, el huelepedismo,
yo-no-fui-fue-teté, chupamedias, besaculos, conveniencia política
el excusismo, la falsa camaradería, la ignominia, el maleteo
todos acuñados como monedas que nuestra abuela guarda con recelo

no quiero decir: basta, basta, carajo, basta
no tengo los pulmones tan anchos y yo siempre dirigo mi saliva hacia otros destinos
ni escribo tan bien y
Mutantres es hermosamente pretenciosa
y aunque tengo la fuerza de 8000 horse power
mi lamento tiene alguna forma de pesimismo
que no es dulce ni romántica
 ni ha asentado su trasero en formas de realpolitik
ni busca llenarse la boca de ilusiones de cachimbo subversivo
ni marca tarjeta de 9 a 6
mis textos cantan y
mis canciones se cantan gritando
y mis gritos quieren acallarlos
y yo grito y río porque sigo pensando
que tu culo no me seduce.